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El Álamo, capítulo 1

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CAPÍTULO PRIMERO 1910 Sí José de la Cruz Miranda hubiera sabido que iba a morir en su primera y última misión como sacerdote recién salido del seminario, no lo hubiera creído, como no creyó que su sueño de volverse un santo fuera tan difícil. Antes, más que ahora, la vida del misionero religioso era un camino de incertidumbres. Por lo general si llegaba a una población amistosa y con ganas de aprender lo exótico de la religión, se quedaba, convivía y al final era aceptado por los aldeanos, eso en el mejor de los casos. Pero, lo más común era que dicho religioso, o religiosa, porque se atrevía, también el bello sexo, era rechazado por muchas razones por su nueva grey. Así que el religioso, si tenía suerte, se retiraba del lugar, sacudía las sandalias como bien dijo Jesucristo y se marchaba. Eso también en el mejor de los casos. Todo eso lo sabía José de la Cruz cuando desembarcó, en mil novecientos diez, en el puerto de Amapala, La Isla del Tigre, Honduras. Era un